Yo recuerdo que desde muy pequeño oía la frase de “Que Dios nos de salud…” ó bien “La salud es lo más importante” y creo que con el pasar de los años esas frases han tomado mucha relevancia en mi vida, me doy cuenta que sin salud es imposible llevar una vida plena, la salud física es el deseo de todo hombre y toda mujer.
Por eso cuando enfermamos hasta el semblante del rostro nos cambia y por supuesto el estado de ánimo.
De alguna manera u otra todos hemos pasado por alguna enfermedad.
Pero no quiero ahondar mucho en las enfermedades de todos los días como la gripa, el resfriado, el malestar estomacal, porque creo que esas enfermedades que aunque son muy frecuentes no alteran nuestra vida dramáticamente, pero hay otras que si lo hacen, y son las clásicas en las que nos preguntamos ¿Porqué yo? De esas enfermedades quiero hablar.
Todas las enfermedades tienen algo en común: El dolor. Yo sé que hay enfermedades en las que el dolor no es una característica de las mismas, pero el sufrimiento interno, en el alma de saber que estamos enfermos es tan tangible como el dolor físico, es un dolor que nos recuerda cada día que estamos enfermos.
Hay gente que lleva años con un dolor, puede ser de espalda, de articulaciones, de cabeza, de estómago, de cuello del alma es muy triste ver que toda su vida se ajusta a ese dolor.
Si les duele la espalda no pueden usar ciertos medios de transporte, si les duele la cabeza no puden comer ciertos alimentos y así en casi todos los dolores.
El dolor tiene la capacidad de alterar el orden de la vida de uno. Tiene la capacidad de atormentarnos de tal manera que las demás cosas de la vida no parezcan importantes y desafortunadamente también, el dolor tiene el enorme poder de aumentar la soledad.
Cuando el dolor aparece, las primeras veces, todo mundo que nos rodea nos atiende y nos comprende pero conforme pasan los días y los años la situación se torna muy difícil inclusive en nuestra propia familia.
Y es en esa soledad que buscamos medios donde podamos gritar y decir “ya no aguanto más” es allí, en esos momento cuando necesitamos el poderoso mensaje de las Escrituras.
El trauma se hace más pesado cuando se han visitado a muchos doctores y no encuentran la causa. Entonces al dolor hay que agregarle los destrozos que hace la incertidumbre.
Si estás leyendo este libro y tienes un dolor físico estás leyendo el libro correcto. Hay esperanza. Lee el siguiente pasaje con mucho cuidado, si puedes, leélo varias veces.
“Cuando volvió Jesús, le recibió la multitud con gozo; porque todos le esperaban. Entonces vino un varón llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa; porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo. Y mientras iba, la multitud le oprimía. Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada. Se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre.”
Lucas 8:40-43
¡Doce años enferma! ¡Doce años visitando médicos! ¡Doce años gastando su dinero en medicinas! Y en un instante queda sana. Hay esperanza.
Armando Carrasco Z
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