“Conozco, oh Señor, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste. Sea ahora tu misericordia para consolarme, conforme a lo que has dicho a tu siervo”. Salmos 119:75-76
El hombre es necio, cuando madura y alcanza la independencia cuando nadie le pide cuentas de su vida personal sigue creyendo que puede hacer lo que quiera, sin rendirle cuentas a nadie. Cree que Dios es un adorno y que no ve y que no reacciona a lo que hacemos.
Esta perspectiva se puede malentender por eso aclaro desde un principio que no hablo de un Dios que esté vigilando con vara de hierro a quien haga el mal para lastimarlo. No es esto lo que estoy diciendo.
Lo que sí estoy diciendo es que Dios ve y oye todo lo que hacemos, el nos ama y como hemos estudiado anteriormente Dios nos corrige y nos disciplina. Y aquí es donde vemos la hermosura y el gran amor que nos tiene.
Porque su forma de disciplinarnos lleva una gran dosis de amor. Es el amor lo que mueve a Dios a disciplinarnos. Es el amor lo que lo lleva a afligirnos. Nunca, nunca va a dar un castigo injusto. Por eso dice David en este salmo: “Tus juicios son justos”. Cuando Dios te castiga, tú sabes de que sabes la causa.
Todos sabemos y estamos concientes de lo que hacemos, el problema es cuando entramos en necedad, en querer seguir haciendo nuestra voluntad. Entonces nunca vamos a reconocer que Dios está en medio de lo que nos sucede, pero si dentro de tu error sigues reconociendo el amor de Dios también sabrás que es Dios el que te está disciplinando.
Hay un dicho que me gusta mucho porque refleja una verdad de manera muy clara: “Dios te ama tal como eres; pero te ama tanto que no te va a dejar así”. Y es cierto, Dios te ama mucho más de lo que te imaginas, pero por ese amor Él mismo se va a encargar de perfeccionarte.
Y no estoy hablando en este momento de la ley que rige al hombre que dice que lo que siembras cosechas, eso también hay que tenerlo en cuenta cuando decidimos caminar por un sendero escabroso lejos del camino correcto. Porque muchas de las veces lo que sufrimos no es otra cosa sino las consecuencias de nuestros actos. Pero no me estoy refiriendo a esto, me estoy refiriendo a que algunas veces Dios se involucra directamente con nuestra aflicción para que aprendamos una lección o para perfeccionarnos.
Dios se duele por la disciplina que nos aplica pero se duele más si no lo entendemos y volvemos a la necedad. Yo creo que debemos ser más sensibles y clamar lo mismo que David: “Sea ahora tu misericordia para consolarme”.
Armando Carrasco Z.
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