“Tus manos me hicieron y me formaron; hazme entender, y aprenderé tus mandamientos. Los que te temen me verán, y se alegrarán, porque en tu palabra he esperado.” Salmos 119:73-74
Somos creación de Dios, Él mismo y con sus propias manos nos hizo. No mandó a alguien a que nos haga, no le pidió a un ángel constructor que nos fabrique, ni tampoco a le pidió a algunos alienigenas que nos creara, no, nos hizo Él mismo.
Eso hace que podamos confiar en Él de manera total, porque Él nos conoce a fondo, sabe exactamente cómo fuimos hechos. Y no sólo eso, Dios lleva un registro de nuestra vida, en la frase “tus manos me hicieron y me formaron” lleva implícito que nos va dando forma hasta llegar a la edad adulta.
Al comprender este hecho David, el autor de este salmo, dice “hazme entender y aprenderé tus mandamientos”. Él se dio cuento de que sólo Dios podía ayudarlo a abrir su entendimiento, a aclararle sus pensamientos para poder aprender sus mandamientos.
Yo recuerdo que muchas veces intenté leer la Biblia “por cultura general” pero nunca podía pasar de la primera hoja, a veces empecé por Génesis, otras por Juan, en otra ocasión por Hechos, pero nunca podía pasar de la primera página, y no sólo eso no le entendía nada de nada. No fue hasta que conocí al autor que pude entenderla.
A esto es a lo que se refiere David, hay cosas en la Palabra de Dios que sólo se pueden entender cuando Dios mismo nos la explica. Se dice que la Biblia es el único libro que necesitas conocer al autor para entenderlo. A mi me consta.
Por eso creo que aún hoy miles de años después de haber sido escrito este salmo, sigue vigente esta petición: “Dios hazme entender tu palabra”.
Por otro lado vemos un clan. Un grupo de personas que aman a Dios y a su Palabra y que se entienden entre ellos. Son personas que han verificado por ellos mismos el poder Su Palabra, son personas que han llegado a tener un temor santo por Dios, por conocer y entender lo que dice Su Palabra, por eso cuando alguien decide vivir de acuerdo a ella se alegran de una manera genuina.
La alegría de los que temen a Dios se basa en que alguien “espere en Su Palabra”, ese esperar es el sello de haber creído en ella, es la marca que nos caracteriza a todos aquellos que no solo creemos en Dios, sino de aquellos que creemos lo que dice.
Armando Carrasco Z.
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