“Venga a mi tu misericordia, oh Jehová; tu salvación, conforme a tu dicho. Y daré por respuesta a mi avergonzador, que en tu palabra he confiado” Salmos 119:41-42
Las misericordias de Dios son dinámicas, nunca han sido ni serán estáticas. Es una virtud divina que se mueve y que nos alcanza. Dice la misma Palabra que sus misericordias son nuevas cada mañana. Si no fuera así, nadie de nosotros ni un solo ser en la tierra estaría vivo.
David en este salmo nos da a entender que no es algo que él por sus acciones puede alcanzar, mas bien él espera con todo su corazón que la misericordia lo alcance. Que llegue a su vida. Nuestras acciones provocan resultados en nuestra vida incluyendo una reprensión divina por algo que hacemos equivocado. Pues aún en esas amorosas reprensiones de Dios vienen envueltas en misericordia. De otra manera no podríamos estar de pie ante un Dios santo y perfecto.
En alguna ocasión leí que gracia es recibir un regalo que no merecemos y misericordia es no recibir el castigo que merecemos. Me gusta esta definición y siempre que la medito me hace reparar en lo incomprensible del amor de Dios para nuestras vidas. Que nos ama con hechos contundentes no solo con palabras bonita, Dios no escribe un poema de amor con palabras, lo conjuga con hechos.
Pero también me hace pensar mucho la parte de este versículo que dice que David espera la salvación de Dios que Dios mismo le había dicho y que se volvió en una promesa de la que David se aferró con todas sus fuerzas. “Venga a mi tu misericordia, oh Jehová; tu salvación, conforme a tu dicho.” David pedía con todas sus fuerzas que la salvación de Dios llegara a su vida.
Y dice después algo impresionante; “Y daré por respuesta a mi avergonzador, que en tu palabra he confiado.” Él sabía que había un avergonzador sea humano o no que lo acechaba condenándolo, humillándolo, y tratando de sacar a la luz los errores graves de David. Donde lo único que quería ese personaje, era avergonzarlo. Creía tener la oportunidad para poder exponer públicamente los errores del rey David. Pero él confió en la Palabra de Dios y se aferró a ella. David no se escondió de sus errores ya aceptó la reprensión divina…pero también sabía que había un avergonzador que quería destruirlo. Podía identificar perfectamente la diferencia entre la reprensión amorosa de Dios cuyo fruto es el crecimiento y la humillación pública del avergonzador cuyo propósito no es otro que el de destruir. Y es allí donde David supo aferrarse a la Palabra de Dios y esperar la salvación y la misericordia divinas.
Creo que lo mismo podemos hacer nosotros, porque ninguno somos perfectos y sabemos que hay un avergonzador que quiere destruirnos, pero debemos estar seguro que hay un Dios que nos promete guardarnos y de allí no debemos movernos y debemos aferrarnos a esa promesa con todo el corazón.
Armando Carrasco Z.
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