“Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos, porque con ellos me has vivificado. Tuyo soy yo, sálvame, porque he buscado tus mandamientos” Salmos 119:93-94
Hay mucha gente que dice creer en Dios. Hay otros que dicen creerle a Dios. Pero hay muy pocos que están comprometidos con obedecerlo. Y hay una diferencia enorme y trascendental.
La mayoría de los hombres afirman que creen en Dios, que de alguna manera existe un Dios único. No logran definir exactamente cómo es ni logran entenderlo y muchas veces ni quieren, pero en su ser interior saben que hay un Dios.
Otros han dado un paso muy importante; no solo creen en Dios sino que le creen a Dios. Entonces atienden lo que dice Su palabra y creen en lo que ella dice. De creer en Dios pasan a creerle lo que Él dice. El problema es que muchos se estacionan allí.
El siguiente paso es obedecerlo. Es la parte difícil pero la parte donde se encuentra la recompensa. Obedecer Su palabra es la llave que abre el cielo sobre tu vida. Obedecer lo que la Biblia dice te vivifica, le da vida a todo tu ser.
Uno de los beneficios de obedecer a Dios es su salvación. Por eso dice David en este salmo, “sálvame”, porque él sabía que Dios podía salvarlo.
Otra cosa muy interesante es la parte donde David sabe cuál es su lugar, porque muy seguro dice “tuyo soy yo”. Tenemos derechos reservados, tenemos el sello de propiedad privada, nosotros le pertenecemos. Somos de Él. Cuando te acercas a Dios y sabes que le perteneces, te da una seguridad para caminar por la vida como ninguna otra cosa te la puede dar.
A veces perdemos el sentido de propiedad y nos sentimos solos pero ¿sabes? Tú eres de Dios, Él te cuidada porque eres suyo, el te sostiene porque eres suyo, el salva porque eres suyo. No hay un solo día que te abandone porque eres suyo.
Armando Carrasco Z
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