lunes, 11 de febrero de 2008

Salmo 119 Guímel (Parte Diez)


“Forastero soy yo en la Tierra; no encubras de mi tus mandamientos. Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo.”

Salmos 119:19-20

El entendimiento de David verdaderamente era profundo. Él sabía que en esta vida sólo estaba de paso, que su vida era solo momento efímero en la eternidad. Y no sólo eso él se consideraba forastero porque esta palabra tiene dos significados importantes.

La primer definición de forastero implica a una persona que no es propia del lugar. Que viene de otro lugar. Esto nos da el panorama de que en esta tierra sólo estamos de paso, nuestra vida tiene su destino en otro lado. Saber que sólo estamos de paso nos pone en un punto de acción para de manera eficaz llevar nuestra vida, no sólo para logros personales sino para una verdadera afectación con los que nos rodean.

La otra implicación de la palabra forastero nos señala que se refiere a alguien que no es nacido en el propio lugar, sino que es extranjero. Los que hemos creído en el nuevo nacimiento por medio de la creencia del Hijo de Dios, somos literalmente forasteros no nacimos de la carne sino del espíritu y por lo cual no nacimos en este lugar. Físicamente nacimos en la Tierra, pero espiritualmente (nuestra verdadera naturaleza) es de otro lugar.

Estamos en la Tierra de paso, somos peregrinos y somos forasteros. No nacimos aquí y no nos vamos a quedar aquí. Sólo cumplimos con nuestro deber. Entenderlo es provocar en nosotros acciones directas para promover el Reino al que pertenecemos.

Por eso necesitamos de la dirección divina, por eso mismo David en este mismo pasaje dice: “no encubras de mi tus mandamientos” él sabía que necesitaba un mapa que lo guiara en esta vida y más como rey de Israel. Los mandamientos del Dios (su palabra) era esa guía que necesitaba para llevar a cabo de manera acertada su misión en esta Tierra.

Dice la Biblia en 1 Pedro 2:9 que somos reyes, y debemos entender que estamos en esta Tierra como forasteros con un propósito. Y al igual que el rey David debemos buscar Su voluntad en Su Palabra. Su Palabra nos muestra el camino. Nos enseña y nos da dirección.

Cuando entendemos a cabalidad esto se genera en nosotros un hambre y sed por conocer Su voluntad para nuestras vidas y por saber qué debemos hacer. Lo increíble es que Su Palabra no sólo nos dice el qué hacer sino el cómo hacerlo.

Por eso el rey David en este pasaje dice Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo. Es tanto el anhelo por conocer qué y cómo hacer nuestra misión que nuestra alma llega al quebranto. En una versión de lenguaje actual, dice “Todo el día siento grandes deseos por conocer tus enseñanzas”. Es un deseo que se convierte en un empuje que nos lleva a buscar la voz de Dios. Y esa voz está muy clara en la Biblia.

Armando Carrasco Z.

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